sábado, junio 23, 2007
miércoles, junio 20, 2007
Una Historia En La Comida Familiar...
Ahora en la comida familiar le pregunté a mi madre sobre Antonio Aguilar. Yo la verdad jamás había escuchado su nombre y el hecho de que lo único que hay en la televisión en este momento es sobre su misa decidí cuestionar a mi madre con el fin de conocer a este personaje que por lo visto en su tiempo era grande.
Mi madre me dijo que era un gran personaje. Y vaya que lo fue, ¡con tantas películas y discos! ¿Cómo le haces para grabar más de 100 discos? Me recuerda a Schubert y su absurda cantidad de obras publicadas. Pero en vez de comenzar una comparación entre compositores clásicos e intérpretes de la música mexicana creo que lo mejor será platicar la anécdota que mi madre me platicó el día de hoy.
Todo comenzó con eso de que este señor era muy famoso. Él comenzó con esos shows en los rodeos que a mi abuelito le gustaban tanto. Tanto que terminó haciéndose amigo de este señor. Mi abuelito, en aquél entonces (como unos 50 años atrás) tenía un cine en Oaxaca y le gustaba invitarlo a que Antonio Aguilar fuera a cantar a su cine. Mi abuelito también trabajaba para la Cervercería Tecate, y en uno de esos cambios alocados de ciudad que constantemente tenía terminó en Oaxaca. Y ahí conoció a mi abuelita. Después del 3er. hijo deciden irse con la familia de mi abuelito a Ensenada, pero como la familia de mi abuelito no trataban bien a mi abuelita pues mi abuelita puso el alto y dijo: "O ellos o yo" y ¡PUM! que le tumban el teatrito a mi abuelito y se cambian de ciudad.
Terminan en Hermosillo y después en Tijuana. Después mi abuelito comenzó a trabajar en Mexicali, y mi abuelita no disfrutó de no ver a mi abuelito, así que con 4 hijos bajo su tutela y sin haber manejado nunca la (en aquél entonces super peligrosísima) carretera de La Rumorosa, llega a Mexicali al trabajo de mi abuelito y le dice: "No se tú, pero yo aquí me quedo a vivir." 50 años y 6 hijos después la familia aún se encuentra en su mayoría en esta ciudad. No cabe duda que mi abuelita tiene mucho carácter. Aún ahora le gusta andar de parranda y toda la cosa. No es por chismoso pero me ha tocado verla llegar después de las 4 de la mañana de esos "cafecitos con las amigas". Mi abuelita debería de aparecer en esos comerciales de la Tecate.
En fin, el caso es que por preguntar por Antonio Aguilar terminé sabiendo sobre cómo es que terminamos en esta ciudad (por que todo aquél que vive en Mexicali se pregunta eso por lo menos una vez en su vida y es que con este calor ni quien quiera estar aquí). Así que hoy les propongo ir con sus abuelos y/o padres y pregunten por Antonio Aguilar. Tal vez y hasta se enteran sobre un tío perdido en China o sobre el hermano gemelo de tu abuelita. ¿Quién dijo que en aquella época los adolescentes no se escapaban para ver a su pareja en la noche y escuchar unas buenas rolas del Chente?
Tags: historias
sábado, junio 16, 2007
Odio La Coppel...
Nunca pensé que algún día me fuera a ver forzado a tener que comprar en Coppel, pero desde que me di cuenta que si quería poder comprar juegos en el xbox tendría que comprar tarjetas prepago que solamente venden ahí fue cuando decidí entrar a este mundo nuevo. Y es que para mí cada tienda es un mundo diferente, aunque sean los mismos productos, el hecho de que estén acomodados diferentes y los edificios huelan diferente ya los hace ser únicos. Bueno ni tanto. En fin =/
La verdad siempre me había intrigado el logotipo de la Coppel. Siempre me ha intrigado esa llavecita. ¿Qué podrá abrir? ¿Acaso Coppel tiene la llave al misterio de la vida? ¿Es la llave que abre las puertas del cielo? ¿O simplemente es una llave maestra que abre todas las vitrinas que tiene la tienda para evitar que esos chicos malos se roben los artículos y pusieron la llave en un lugar muy obvio para que no se les perdiera? Eso de poner cosas importantes en lugares donde todo mundo los pueda ver a veces funciona.
Así que después de vencer el miedo que me da entrar a una tienda nueva y desconocida (me da miedo no saber dónde están las cosas y no me gusta pedir ayuda. Eso de llegar con alguien y preguntar "Disculpe, ¿dónde tienen la mayonesa?" es algo que no se me da. [Sí, seré de esos esposos que llevan 4 horas perdidos y aún así no pedirán direcciones] [¡Corchetes!]).
Después de buscar la tarjeta prepago la encontré adentro de una vitrina, así que busqué a alguien que me ayudara a sacarla, pero para mi buena suerte no había nadie disponible. Tuve que literalmente buscar a los empleados por toda la tienda (como cuando de niño tenía que buscar a mi madre en la tienda buscando entre cada pasillo). 15 minutos después los encontré a todos detrás de un mostrador platicando bien felices. Uno hasta con papitas. Hasta ganas me dieron a mí de unirme a la platicada y llevar mi cafecito y galletitas y ponerme a chismear.
Así que llamé a uno de ellos y él bien agusto hasta se despidió y ya por fin me acompañó a donde estaba mi tarjeta. Comenzó a buscar la llave para abrir la vitrina. La primera llave no era, ni la segunda, ni la tercera. Le pensaba dar una cuarta oportunidad pero él me dijo: "Disculpe, CREO que no tengo la llave correspondiente. Espéreme para conseguirla". Así que ahí me ven con cara de flatulencia atorada ( >_< ! ) mientras espero a que llegue la llave indicada. Y mientras espero observó algunos de los productos que tienen en el área de electrónica. Había desde esos televisores gigantes que nadie compra hasta esos aparatosos estéreos con mil bocinas. Todo me pareció muy caro pero supongo que la gente se enamora de esos precios semanales muy bajos. Tal vez ni tan bajos pero eso de ver una televisión decente y ver que en su descripción dice $15 pues es difícil no comprarlo, o al menos no estar tentado a hacerlo.
Alrededor de 10 minutos después llegó la señorita con la llave (Que ironía. Durar 10 minutos esperando a que encontraran la llave indicada en una tienda cuyo logotipo es una llave). Después la mujer toma la tarjeta y me pregunta: "¿A crédito o a contado?" y yo: "A contado" y después comienza un intercambio que no creo que vaya a poder explicar. Ella me da la tarjeta, después me la pide y me da la ficha descriptiva de la tarjeta. Después me pide la ficha y me da la tarjeta. Después me pide la tarjeta otra vez y me quedo sin nada. Después me da las 2 cosas y al final opta por quedarse con la ficha y justo cuando me iba a pagar ella me pide la tarjeta y me da una hojita. ¿Para qué todo este movimiento? No tengo ni la menor idea. Es uno de los grandes misterios de mi vida.
La señorita después me dirige a un mostrador donde pueda pagar mi artículo. Llego con un señor y revisa mi hojita. Apunta unas cosas en ella y me dice: "Pasa aquí al lado con la señorita para que te cobre" y ¿dónde estaba la señorita? Al lado. Literalmente. Visualicen. El señor sentado en una silla y al lado de él la señorita que se encontraba hablando con su novio por teléfono. ¿Qué le costaba cobrarme él? Él tenía una computadora también... En fin, doy un paso a mi izquierda y ahí estaba la señorita hablando con su novio. Me pide el dinero primero y después pide mi nombre. Y este es otra cosa que me desespera de Coppel. De las 3 veces que he ido, nunca han apuntado bien mi nombre. Y es que ya sé que mi nombre mal escrito es algo recurrente en este blog, pero aún sigo sin entender qué es lo que hace difícil de escribir a mi nombre. Y en Coppel tal parece que nunca lo harán bien. La última vez que fui la señorita optó por preguntarme mi otro apellido.
Después de pagar la señorita me dice: "Pasa con el señor de alado por tu producto". Y por mas estúpido que se vea doy un paso a mi derecha para que me den mi producto. ¿Y me dieron mi producto? No. Me dieron una bolsa casi tan enorme como esas bolsas de la basura. El señor después me manda con el muchacho que no encontró la llave para que él me de mi producto. Después de volverlo a buscar solamente me ve y se va. Y sí, en este momento ya estaba tan rojo como un tomate genéticamente alterado. Después observo que va con la muchacha que tenía la llave de la vitrina. Y es aquí donde yo me pregunto: Si sabe que voy a regresar con él para recoger mi producto, ¿por qué no se queda con llave?. Tiempo después ya abre la vitrina y me puede dar mi producto. Fin.
En resumen, pasos para comprar en Coppel.
1.- Buscar a un trabajador que te pueda atender. Suelen estar en grupos y en lugares medio escondidos.
2.- Practicar el conteo del 1 al 10 para conservar la calma mientras buscan la llave para tu vitrina. Coppel siempre ayudando a la utilización del razonamiento humano.
3.- Hacer la danza del producto y de la ficha con el trabajador. Se recomienda hacer un calentamiento de los brazos previo a la danza.
4.- Seguir con el ritual del baile al momento de pagar.
5.- Recibir una bolsa.
6.- Ir a recoger tu producto. ¡Es como un drive-thru! ¡Pero a pie!
Y para que quede anotado, mi tarjeta costaba $239 y me la cobraron como si costara $240.
Lo siento Coppel, pero lo nuestro no puede funcionar. Me desespera tu pésimo servicio y tu nefasto sistema de darme un producto. ¿Qué tan difícil es dejarme agarrar una tarjeta y pagarla y ya? Y lo peor es que ni siquiera me dejas armarte un teatrito porque antes de que yo quisiera no regresar a tí tú ya me habías corrido de la tienda. Señores, ya no hay respeto.
Tags: aventuras
viernes, junio 08, 2007
viernes, junio 01, 2007
No Me Gusta Lavar Los Platos...
Como ya lo había dicho alguna otra vez, lavar los platos es algo que a mí no me gusta hacer. Prefiero barrer, trapear, tender mi cama, lavar el baño y bailar reggaetón a lavar los platos. Y es que hay algo en eso de que tardo mas en lavarlos que en usarlos. Pero sobre eso ya escribí...
El caso es que sin darme cuenta el zinc fue creciendo en cantidad de platos sucios. La verdad siempre lavo los trastes cada 2 o 3 días (dependiendo si mi roommate lavó algunos) pero con eso de que mi madre me dió una exhuberante cantidad de platos y cubiertos desechables pues opté por usar esos platos que no se limpian y que son como un pellizco (de esos que te dejan la piel como cuando te pica un mosquito) a la naturaleza.
Pero como todo lo que tiene un principio, mi tremenda cantidad de desechables se terminó y he aquí donde inicia la triste historia. Comencé a usar los platos comunes pero con eso de que había perdido la práctica de lavar platos pues no los lavé. Y así fueron pasando los días y el zinc se fue llenando poco a poco de platos y cucharas y sartenes sucios. Tanto fue el grado que hasta llegué a comer cereal en un tupper con un cuchillo, revolver el chocomilk con un picadientes y, a falta de tener un plato donde revolver los huevos, aprendí a hacer huevos estrellados (tan estrellados que no pude conservar la yema intacta).
No me tomen a mal, me gusta tener mi casa limpia y me considero un perfeccionista al momento de ordenar las cosas, pero el simple hecho de ver el zinc me provocaba flojera, asco, repulsión y si añadimos a esto el fétido olor que emanaba de aquél recóndito lugar me hacía correr por mi vida como si aquello fuese a explotar en una especie de bomba biológica que pudiese acabar con cualquier ser viviente a 30 kilómetros a la redonda.
¿Así que cómo poder vencer a esta aparentemente guerra perdida? La verdad yo siempre estuve acostumbrado a tener alguien en mi casa que lavara los platos y la primera vez que lavé platos fue cuando empecé a vivir aquí. Así es, libré lavar los platos por 20 años. Y como yo me consideraba inferior al monstruo que había hecho, decidí pedir refuerzos, y no un refuerzo cualquiera, sino uno que tuviera entrenamiento en la materia cuya sabiduría me pudiese llevar por el fuerte torrente de pútridos olores que como humo de chimenea en Navidad salía del zinc hacia el mundo. Así que le dije a una amiga que si me hacía el favor de lavarme los platos. No me tomen a mal, ella solía trabajar en un restaurant lavando platos así que ella sabía lo que hacía.
Así que como militar con rifle nuevo, le dí una botella de Axión líquido y una esponja (de esas que según esto no rayan los platos) para que empezara la aniquilación de platos sucios. La guerra nunca ha sido ni será tan higiénica como lo fué en ese momento.
Y mientras yo hacía un trabajo en la computadora lo único que escuchaba fue aquellos sonidos pre-vomitivos y gritos blasfémicos de mi amiga hacia mi persona. Aquello era una tormenta de "¡Me dan asco!" "¡Niños asquerosos!" y "¿Cómo es que pueden vivir así?". Pero alrededor de como 2 horas después ya todo había terminado. Los platos parecían como nuevos, sin capas de asquerosidad arriba de ellos. Lo que parecía que nunca se podría despegar por fin se despegó. Fue una aniquilación de lo que ya se podía considerar un ecosistema.
Fue impresionante ver como mientras iba sacando los platos del zinc iban saliendo seres vivientes. Desde moscas hasta moho con todo y los honguitos asquerosos. Lo bueno es que Axión comprobó que no se necesita mucho de él para lavar muchos platos y que ya puedo comer cereal como se supone que debería de comerlo.
Moraleja: Nunca subestimen el poder de los platos sucios. En un abrir y cerrar de ojos pueden tener en su cocina a una fábrica militar de insectos dispuestos a atacarlos y provocarles una diarrea atómica donde aquél chorro sale como agua de manguera.